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Capítulo XV. La aventura de los rebaños de ovejas

Llegó Sancho adonde estaba don Quijote y al verlo le dijo:

–Ahora creo, Sancho bueno, que aquel castillo o venta está encantado, porque los que se han divertido contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Lo sé porque no pude ni bajar del caballo para vengarme, y es que me tenían encantado.

–Yo también me hubiera vengado, pero no pude. Aunque yo creo que los que se han burlado de mí no eran fantasmas, sino hombres de carne y hueso, y todos tenían sus nombres, como nosotros. Lo mejor sería volvernos a casa, ahora que es tiempo de la siega, y cuidar de nuestra hacienda en vez de andar de la ceca a la meca.

–¡Qué poco sabes, Sancho ―respondió don Quijote―, de asuntos de caballería! Ten paciencia, que un día verás qué honroso es andar en este oficio. ¿Qué mayor alegría puede haber que vencer en una batalla? Ninguna.

–Así debe de ser ―respondió Sancho―, pues yo no lo sé; pero desde que somos caballeros andantes no hemos vencido en ninguna batalla. Sólo en la del vizcaíno, y así y todo vuestra merced salió sin media oreja.

Iban conversando cuando don Quijote vio que se levantaba una gran polvareda por el camino. Entonces se volvió a Sancho y le dijo:

–Hoy es el día en el que se verán mi buena suerte y el valor de mi brazo. ¿Ves aquella polvareda, Sancho? Se trata de un numerosísimo ejército que viene por allí.

–Serán dos ejércitos ―dijo Sancho―, porque por este lado se levanta otra polvareda.

Volvió a mirar don Quijote y vio que era verdad; entonces se alegró muchísimo porque pensó que venían a enfrentarse en aquella llanura. Pero la polvareda la levantaban dos grandes rebaños de ovejas que venían por el mismo camino en diferente sentido.

Tanto insistió don Quijote en que eran ejércitos, que Sancho se lo creyó y le dijo:

–Señor, ¿qué hemos de hacer nosotros?

–¿Qué? ―dijo don Quijote―. Defender y ayudar a los necesitados. Y has de saber que este ejército que viene de frente lo conduce el gran emperador Alifanfarón, y el otro es el de su enemigo, Pentapolín del Arremangado Brazo, llamado así porque siempre combate en las batallas con la manga del brazo derecho subida.

–¿Y por qué se quieren tan mal estos señores? ―preguntó Sancho.

–Se quieren mal ―dijo don Quijote― porque este Alifanfarón es un cruel pagano y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano.

Siguió don Quijote nombrando caballeros y príncipes que según él venían en uno y otro bando, además de países y ríos de todas partes para destacar la importancia de la imaginada batalla. Cuando don Quijote terminó, le dijo Sancho:

–Señor, yo no veo ni gigantes ni caballeros; quizá todo sea encantamiento.

–¿Cómo dices eso? ―respondió don Quijote―. ¿No oyes el relinchar de los caballos, el sonido de las trompetas y el ruido de los tambores?

–Yo lo único que oigo ―contestó Sancho― es balido de muchas ovejas.

No resistió más don Quijote y se lanzó a todo galope contra el ejército de ovejas y comenzó a atacarlas con su lanza con tanto coraje que mató más de siete.

Los pastores le daban voces para que parara, pero él no hizo caso. Entonces sacaron sus hondas y comenzaron a tirarle piedras. Una de ellas le rompió dos costillas.

Don Quijote se acordó del bálsamo, sacó la aceitera y bebió unos tragos; pero antes de terminar de beber le alcanzó otra piedra que rompió la aceitera y le quitó tres o cuatro dientes. Fue tal el golpe, que don Quijote cayó del caballo. Los pastores, que creyeron que lo habían matado, recogieron su ganado a toda prisa y se fueron.

Cuando Sancho vio que se habían ido los pastores, se acercó a don Quijote y le dijo:

–¿No le decía yo, señor don Quijote, que no eran ejércitos sino rebaños de ovejas?

–Sin duda ―dijo don Quijote― que todo esto es un encantamiento, amigo Sancho. Seguro que ahora mismo son ya ejércitos de hombres, como te he dicho.

Quiso Sancho curar a su amo y fue a buscar las alforjas para coger lo necesario. Al descubrir que no las tenía, casi se vuelve loco: pensó en volver a su casa aunque perdiera el salario y la ínsula prometida.

Cuando don Quijote vio a Sancho tan preocupado, le dijo:

–Has de saber, Sancho, que todas estas desgracias son señal de que pronto sucederán cosas buenas porque no es posible que el mal ni el bien duren siempre. Y así, como el mal ha durado mucho, el bien está ya cerca.

–Sí, pero me faltan las alforjas ―dijo Sancho.

–Entonces no tenemos nada para cenar ―dijo don Quijote.

–Así sería ―dijo Sancho― si no hubiera por aquí hierbas que vuestra merced dice que conoce.

–Con todo ―dijo don Quijote―, yo tomaría mejor un buen trozo de pan y dos sardinas que cuantas hierbas existen. De todas formas, sube en tu asno y sígueme, que Dios da de todo y hace salir el sol sobre los buenos y los malos.

–Mejor era vuestra merced para predicar ―dijo Sancho― que para caballero andante. Vámonos ahora de aquí y busquemos un lugar en que alojarnos esta noche donde no haya mantas que me suban por los aires ni fantasmas.

–Pídeselo tú a Dios, hijo ―dijo don Quijote―, y guía tú por donde quieras; que esta vez seré yo quien te siga a ti. Pero antes mira bien cuántos dientes y muelas me faltan.

Metió Sancho los dedos en la boca y le dijo:

–Pues en esta parte de abajo no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la arriba, ni media, ni ninguna.

–¡Mala ventura la mía! ―dijo don Quijote―. Más quisiera haber perdido un brazo, siempre que no sea el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como un molino sin piedra, y que hay que valorar más un diente que un diamante. Pero así es el duro trabajo de los caballeros andantes. Sube al asno y guía, que yo te seguiré al paso que quieras.

Empezaron a caminar poco a poco, porque el dolor no dejaba descansar a don Quijote, mientras Sancho contaba algunas cosas que luego diremos.

andar de la ceca a la meca – слоняться, метаться туда-сюда
polvareda – облако пыли
pagano – язычник, иноверец
relinchar – ржание лошади
balido – блеяние
honda – праща, рогатка для метания камней
Molino sin piedra – мельница без жернова